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El modelo ideal de Baltasar Garzón

"BALTAZAR GARZON EN CHILE"

Carolonline

Eduardo Beltrán Jordá

La Fiscalía del Tribunal Supremo niega el indulto al exjuez Baltasar Garzón condenado en 2012 por prevaricación, una de las faltas más graves que puede cometer un juez. Muchos lo consideran un juez justo, y nosostros saltando audazmente a un modelo ideal de «hombre intelectual» anterior a la Revolución Francesa introducimos una idea de lo justo sin dualidad entre los valores éticos comunes y los construidos por la jurisprudencia o el poder judicial.

Se trata de una difícil dicotomía en el ser humano, donde las polaridades son complejas de enlazar. Diferenciaciones entre priorizar la cultura o anteponer la naturaleza, entre reflexionar sobre la costumbre social, hacia sus construcciones y sus articulaciones -la cultura-, o nadar bajo la irracionalidad emotivo-individual, colectiva asimismo, de la moral-necesidad, la naturaleza, sin saber respirar socialmente, ordenadamente, el oxigeno de la ética humana. Sin embargo hay que subrayar que cada ámbito, conservador o progresista, conlleva su opuesto; en cada actitud vive su contraria.

Pero la cuestión es si Garzón, hasta que fue inhabilitado por escuchar las comunicaciones entre los miembros de la red Gürtel -en la cárcel- y sus abogados, tensó nuestra fibra ontológica, nuestra humana paradoja bifaz entre ser necesarios o ser cultos, por extensión, entre su propia ética -lo que entiende por jurisprudencia- o una ética «reglada» de la misma jurisprudencia, y al fin al cabo entre esta última y su propia perversión dentro de la «tecnocracia» del derecho y su posible corrupción. Y viene muy al caso esta dicotomía porque la Fiscalía del Tribunal Supremo -y el teniente fiscal Narváez- insiste en que Grazón no se ha retractado de su error («arrepentimiento» dice), frente a las demandas de indulto total por la Asociacón MEDEL (Magistrados Europeos por la Democracia y las Libertades).

Según la paradoja del primitivo, tesis que estudió Félix de Azúa en el libro con título homólogo, sobre el hombre pre-moderno europeo, previo a la Revolución Francesa, la pregunta, bajo el punto de vista planteado sobre qué es ser un hombre justo sin caer en ambivalencias inhumanas, sería la identificación entre ser salvajes-románticos o ser grecolatinos. Según Azúa, este ser humano vivía en la contradicción digna entre las capacidades del estado y la organización historico-cultural con sus ideas (¿tal vez la intervención en el progreso revolucionario o la metamorfosis en la que todo cambia pero todo sigue igual?), y el realismo de las empatías o desavenencias entre el sujeto y su más inmediato contexto o entorno (por ejemplo: ¿qué hacemos con nuestro «gen cultural» y nuestras realidades más inmediatas?, ¿qué haremos con los purismos y las cuestiones de origen?). Una contradicción que admitía el beneficio de la duda estética y ontológica -o bien vertía hacia el romanticismo o bien vertía hacia el neoclasicismo-, que sobrevivía sin tensión romántica, nostálgica, sanguínea, sentimental, o ideológica. Dos seres humanos que conformaban uno solo.

Un ser humano como el actual quizás esté dividido de cuajo en dos. Tal vez no somos una unidad entre nuestra naturaleza y nuestra cultura. Otorgamos mayor preponderancia al placer individual como realidad personal y realización egocéntrica (como obligación) ante lo perentorio de razón social. Parece ser que estamos cambiando el «contrato social» rousseauniano por un «pacto emocional» según la tesis de Michel Maffesoli en Ideologías. Nuestras idolatrí@s postmodernas (Península, 2010). Se trata de un «giro emocional, donde los aspectos sensoriales y afectivos de los acuerdos públicos han relegado a un segundo plano los elementos ideológicos que tradicionalmente constituyeron la idea de polis» como explica Eloy Fernández Porta (1). Algo semejante a que el carácter de racionalización social, como un arquetipo apolíneo, se estuviese olvidando por un emergente sentido vitalista del sujeto dionisíaco, el cual asume la polivalencia de la multiplicidad placentera de las nuevas relaciones sociales. No hay mucho que decir frente a las conspiraciones subterráneas de las cuales estamos empezando a despertar inclusive el poder judicial, anque con «disciplinada» pereza. Ambientes de los cuales éramos partícipes los ciudadanos directa o indirectamente, en el aire nocivo de la inercia electoral, la picaresca hedonista, la vida fácil, y el nuevo caciquismo de los grupos politicos y grupos empresariales de poder. 

Al exjuez Baltasar Garzón nada se le puede imponer de este criterio de hedonismo social, pero sí una fuerza que es tensión entre el esfuerzo por una carrera de brillante ejecución jurídico-mediática, como objetivo individualista pero también social, y el progreso de la justicia integrada en un orden jurisdiccional establecido, donde se prioriza el texto escrito al pie de la letra; o mejor dicho, la diatriba entre la heterodoxia frente a la ortodoxia de los jueces, y sus confrontaciones ideológcas, que al fin y al cabo son interpretaciones de la democracia y sus leyes. Es el riesgo del límite interpretativo frente a la ordenanza estipulada: o progreso institucional o lucha del sujeto (Garzón) frente a sus circunstancias: la sutileza de la prevaricación que sobre todo impone el derecho individual, la presunción de inocencia, o la defensa de los imputados.

Quizás esté confundido y se trate de otra contradicción entre una (su) egolatría jurídica universal y una (su) justa honestidad individual. Es posible que el juez Baltasar Garzón posea ese doble perfil del hombre primitivo anterior al Romanticismo, el de un Diderot como ejemplo, en el cual se presentaban las dos formas de moral, tanto hacia el carácter de progreso pedagógico de las estructuras ideológicas y sociales (el estado), como hacia la evolución del individuo con su medio natural, sabio orgánico, aunque no irracional.

¿Cabe la posibilidad de que Garzón porte el espíritu de la ingenuidad, como característica profesional?. Esa simplicidad moral, hoy día ya invisible lucha por el deber ser y la sociedad real, por causa de una política de mercado y la ceguera de intereses particulares. Incluso ese compromiso natural no defenestrado por la melancolía ideológica que oculta nuevos «desencorsetamientos» políticos. Recordemos, no obstante, sus desavenencias junto al Partido Socialista al entrar en política, y que él mismo avala su estrategia de compromiso ideológico entorno a los jueces y una «ética de la responsabilidad política». La información del libro de Pilar Urbano, editado hace más de diez años, sigue siendo sugestiva para entender los derroteros de audacia ética e ideológica de nuestro exjuez protagonista.

En este momento del «asunto Garzón» me quedo con esta atractiva pregunta: ¿será Garzón aquello que menciona Félix de Azúa en su estudio sobre los philoshope, un «salvaje grecolatino»? Entendemos, con Azúa, que «el grecolatino es un salvaje más una idea moral y una representación histórica. El salvaje es virtuoso, el grecolatino dice la virtud» (2). A pesar de que nuestro punto de partida sea la asimilación entre ética y estética (la formalización de la ética), la representación de un modelo ideal entre la realidad y la cultura, entre la razón natural y las ideas, en la figura pública del ex-juez Baltasar Garzón, es sugerente para nuevas consideraciones sobre su proceso judicial.

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(1) Suplemento «Cultura/s» de La Vanguardia (22 de septiembre de 2010, p.15)

(2) La paradoja del primitivo, Seix Barral, Barcelona, 1983, p. 226



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