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¿Ideologías o pensamientos únicos?

Português: A secretária de Estado espanhola pa...

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Tiendo a pensar que los contenidos ideológicos -socialdemocracia, democracia cristiana, conservadores, progresistas- se alejan cada vez con mayor intensidad de las dos organizaciones o partidos políticos hegemónicos en España. Veo que éstos se quedan sin argumentos ideológicos o ideas organizativas; y si existen son los de la estupidez social homogeneizada, vacua a efectos políticos. Nadie cree en sus opiniones, que son actuaciones manidas hacia los micrófonos y cámaras. «El problema es que cobran», oímos en las conversaciones. El problema sería que todos tenemos que cobrar. Este no es el asunto que tengo entre manos.

Hace poco más de dos años, comprobé una decepción. Trinidad Jiménez, con cargo político público, había demostrado siempre un semblante alegre en su trabajo diario. Al menos en las imágenes e intervenciones en las que le veíamos. Quizás fuese una máscara risueña (como otros políticos poseen otras de diversa fisiognomía), que le sirviese como estoico aguante, aparente, del contexto mediático político-social; siempre mediante la alegre sonrisa.

Ahora bien, también es cierto que le cambió el semblante -serio por primera vez, angustiado, adusto, aludiendo al respeto entre compañeros- ante los medios de prensa y televisión, por causa de uno de los comentarios intencionados de Alfonso Guerra por llamarle «señorita Jiménez». No se si sarcasmo explícito o implícito. Anteriormente las ironías de Alfonso Guerra, eran hirientes y espoleadoras, y ahora se veían reducidas al populismo machista de la vieja escuela, como la acción de Aznar con el bolígrafo en el canalillo del escote de una locutora.

Me decepcioné. Pensaba que tomaría la alusión con una sonrisa más: era agradable (tal vez una gratificación social y moral) verla trabajar, con su alegre sonrisa en un ámbito «marionetil» como el político, escaso en rostros emocionales y profuso en rigideces sensibles.

En defensa de Trinidad Jiménez, comentaron públicamente en los medios de comunicación, otras mujeres con cargos políticos socialistas. Si la propia Jiménez había sido escasamente irónica en su respuesta audiovisual y había solicitado respetuosidad, Leire Pajín defendió sencillamente a la mujer (como dentro de un «género», una palabra limitada para definir a la mujer), argumentando que hoy por su propia condición de mujer, ésta aun es motivo de diferencia y desprecio. Más inteligente -indirecta, irónica- fue la contestación de Ángeles González Sinde -exministra de Cultura- a una periodista, aludiendo a la formación intelectual de Guerra, ministro con Felipe González,  y sorprendiéndose de las referencias tópicas sobre género masculino y femenino de uno de los miembros de su propio partido, socialista.

Hubo un sometimiento al régimen de igualdad que no es una observancia de los grupos del bipartidismo parlamentario político español -ya sea en rojo o en azul-, es una cuestión del aforo público. Se abogó por el deber del derecho y las igualdades. Pero, ¿y la naturalidad? A lo peor esté yendo demasiado lejos puesto que ya no son válidos los «sentidos comunes» porque éstos mismos, y yo mismo, seremos susceptibles de incorrección política o machismo heredado socialmente. Pero me quedo con la respuesta de la exministra González Sinde: tuvo una salida más “imperturbable”. Y además solamente es un ejemplo de trasponer contenidos por formas. Me explico.

Los llamados de una manera común, modos de comportamiento en sociedad, tales como los actualmente impuestos, comunes en el contexto de actuación social, la corrección política -¿incluso el fair play?-, se han convertido en maneras eufemísticas de actuación individual y colectiva del pensamiento único; donde la altisonancia se amordaza en beneficio de la actuación correcta; donde el humor de cierta mordacidad, que es la única posibilidad de no sucumbir a la tragedia o a la ignominiosa verdad, se desprecia, se oprime. Es decir, no nos damos el placer necesario, si no de llamarnos seres idiotizados, al menos gazmoños y vanidosos. Esa verdadera realidad, la natural constitución del ser humano, utiliza la ironía y el humor sarcástico ante la estupidez (porque la estulticia la practicaron los sabios) del actual modo de comportamiento en sociedad: el que crea culpables a través de la aplicación de la corrección política, en los que no la practican, o como vehículo de exculpación de los que la asimilan.

Y es una rara espiral pues suena mal ser irónico o alzar una crítica frente a la sensiblería. Porque hay parte de razón en verlo como negativo, siempre y cuando se registre como origen de una agresión y una mala uva generalizada (casi genética) que ha producido fuertes agravios y sigue haciéndolo. Pero hay que mirar siempre hacia la critica individual y pensar -y ver- que es propiamente humana y no de los «géneros», ni de los países, ni de las «razas», ni de las culturas. Hay que tomar soluciones generales y educar un clima viciado, pero hay que potenciar además factores de respeto que no sean mediáticos o cosméticos, sino profundos y equitativos con nosotros mismos -nuestros egos y mentes- y los de los demás. Es decir, aprender a respetarnos a nosotros mismos mediante la ecuanimidad: la aportación de la naturaleza, las artes, las técnicas psico-sanadoras, las meditaciones del equilibrio, el holismo, etc.

El efecto fue inmediato: hasta el propio Alfonso Guerra salió disculpándose en la televisión por motivo de haber expresado «señorita» con una connotación menospreciativa, por ser diminutivo, aunque arguye que no pensaba que la palabra señorita fuese hiriente -tal como señora, decía-, palabras que aparecen en el diccionario de la Real Academia. ¿Nueva ironía? Tal vez, pero el señor Guerra aparece lánguido, compungido, sin el criterio e ingenio que le caracterizaba, quizás ante su tremenda sorpresa debida al corporativismo de su propia clase política, o porque ha perdido frescura. Para los asuntos graves tanta fina (pero mendaz) ironía política, tantos rostros y palabras huecas, y para otros asuntos de formalismos vacuos sin trascendencia social, tanta reciedumbre.

El motivo de este comentario no es el mero orden del comportamiento canonizado, en base a la mentira, que no es artificio… (si al menos empleasen el arte de la máscara para la irónica belleza…); en este caso estarían fuera de esa ordenación, serían raros, rebeldes con causa frente al rebelde sin causa y ostentación que es la tipología que hoy prolifera. Lo que aquí importa es reconocer la distancia entre la ideología y su color político, y la gestión que hacen de ella partidos políticos, diputados, o individuos que pertenecen a la esfera pública y social, o trabajan dentro de ella y se responsabilizan de ella.

El asunto es que no existen ideas en el escenario público político obsesionado con el ejercicio del poder, que se ejecuta como equilibrio de intereses; donde se echa de menos quizá lo que ya no es posible: la ideología, que se ha sustituido por formalismos inanes, y así mismo, en el espacio público al que pertenecemos.

Leyendo una entrevista al exmagistrado Baltasar Garzón destacaba el compromiso con la ideología que, según su opinión, debían tener sus excolegas. Audaz, siempre. No se si serán los jueces, en principio ajenos al poder político y sus grupos mediáticos, religiosos y económicos, que se les insinúan, quienes puedan orientar a las estructuras sociales a través de los valores ideológicos, que transmiten intrínsecamente -aunque no debieran por su propio código deontológico- desde su labor judicial, aquello que sociedad y leyes democráticas han decidido. Es mas, no se si será posible una neutralidad ideológica en la elección de los magistrados del poder judicial, exenta del poder político.

La pregunta es imposible de contestar puesto que es como una ilusión óptica que creemos ver pero que no es real. Carezco de bagaje disciplinar para elaborar un comentario de manera idónea, para diferenciar las direcciones que deberían tener las respuestas, pero merezco cabida en esta interrogación, como ciudadano.

Hemos visto las actuaciones judiciales de los magistrados frente a Baltasar Garzón, con motivos de prevaricación bajo la norma. ¿Tal vez estamos ante otra influencia de un «pensamiento absoluto»? ¿Qué prácticas necesitamos para no introducirnos en esa inercia malsana?

No se trataría de subvertir el estado democrático y de derecho, determinado a nuestro pesar por los tabúes de igualdad y privilegio. Pienso que quizás debería tratarse de pluralidad ideológica por parte de los grupos políticos (que representaría a una sociedad que votaría, porque de lo contrario la democracia ya no nos vale), de separación de poderes tanto por parte de la jurisprudencia, como del ejecutivo y el legislativo, pero éticamente reforzados, para que no pensemos que ya no nos quedan más que los jueces -los últimos justos- cuando imputan y llevan a declarar a una representante de la monarquía española. La práctica va más allá, es más de ética en el oxígeno que respiramos.

Eduardo Beltrán Jordá

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